El Gran Premio de Italia 2025 volvió a dejar en claro que Max Verstappen, cuando tiene las condiciones a su favor, no existe rival capaz de frenarlo. En un campeonato marcado por la abrumadora superioridad técnica de McLaren, el neerlandés de Red Bull ejecutó una carrera perfecta para vencer con autoridad a Lando Norris y Oscar Piastri, devolviéndole a la Fórmula 1 esa sensación de inevitabilidad que lo acompañó en sus años de dominio absoluto.
Desde el sábado, Verstappen dejó en claro que Monza podía ser su territorio. Con una vuelta imbatible en clasificación, se adueñó de la pole y marcó el primer golpe anímico. El domingo, la historia se escribió con su estilo inconfundible: agresividad en la salida, inteligencia táctica para cumplir con las órdenes de equipo sin perder la compostura y una maniobra brillante sobre Norris en la primera curva que reflejó la verdadera diferencia de ritmo. Desde ese momento, el resto fue un monólogo.

La victoria se construyó vuelta a vuelta con un ritmo demoledor. Mientras McLaren se enredaba en sus propias estrategias y en la tensión interna por las órdenes de equipo, Verstappen abría una brecha que al final se estiró a casi 20 segundos. Fue una paliza deportiva que recordó a los mejores días de 2023, cuando la pregunta no era quién podía ganarle, sino cuántos segundos sacaría en la bandera a cuadros.
Verstappen ha dominado la carrera ante el equipo dominante
Lo que potencia aún más este triunfo es el contexto. Hasta ahora, la temporada había sido un desfile naranja: McLaren domina el campeonato con una superioridad técnica innegable. Sin embargo, Verstappen encontró en Monza la manera de quebrar la tendencia y recordarle al mundo que su hambre competitivo sigue intacto. “Cuando estoy cómodo con el coche, sé que nadie puede alcanzarme”, había dicho días atrás. Y en la pista lo ratificó con creces.
El secreto no estuvo solo en el talento natural del tricampeón, sino también en el trabajo silencioso de Red Bull en las últimas semanas. Tras la salida de Christian Horner y la llegada de Laurent Mekies como nuevo director, la escudería parece haber encontrado nuevamente un rumbo técnico. Con una base más clara y ajustes precisos en el set-up, el RB21 mostró la mejor versión de la temporada. Incluso Pierre Waché, director técnico, admitió que un cambio de último minuto en el alerón trasero —a pedido de Verstappen— fue clave para encontrar el equilibrio perfecto.

El neerlandés, por su parte, se mostró mesurado pero firme al analizar su victoria: “Venimos de meses difíciles, sin encontrar el camino correcto. Ahora dimos un paso adelante y este resultado lo demuestra. Es el fruto del trabajo de todo el equipo”. Su humildad hacia los 1.500 trabajadores de Red Bull en Milton Keynes refleja también el nuevo clima que Mekies intenta consolidar: un equipo menos centrado en figuras y más cohesionado alrededor de un objetivo común.
Con este triunfo, Verstappen no cambia la ecuación del campeonato: todavía está a casi 80 puntos de Norris y necesitaría una remontada épica para soñar con el título. Pero sí modifica la narrativa. Demostró que, aun en un año dominado por McLaren, cuando el tricampeón está en estado de gracia, sigue siendo la vara más alta de la Fórmula 1. Su talento natural, su carácter indomable y su voracidad competitiva lo convierten en un rival temible, incluso contra un coche que en teoría debería ser muy superior.
Monza fue más que una victoria: fue un mensaje. A McLaren, que no puede relajarse. Al resto de la parrilla, que aún busca cómo acortar distancias. Y al propio Verstappen, que se reencontró con esa versión invencible que lo llevó a marcar una era. Porque si algo quedó claro este domingo, es que cuando Max está encendido, el espectáculo se convierte en una cátedra.
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