Roscoe no solo fue el perro de Lewis Hamilton: fue su confidente, refugio y una compañía que trascendió circuitos. A sus 12 años, el bulldog inglés que acompañaba al siete veces campeón en los paddocks fue despedido con profundo dolor, y su partida expone una verdad humana que pocas veces se ve detrás del rugido de los motores.
Desde que Hamilton compartió el estremecedor anuncio de su muerte —“tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida”—, el mundo del automovilismo se conmovió. Roscoe no sólo era una mascota: era una presencia fija entre boxes, en el garaje, en los aeropuertos. Era parte del ritual de cada gran premio, una figura que contrastaba con la tensión mecánica: su pata apoyada en la mano de Lewis en imágenes compartidas lo convertía en un símbolo de calma y humanidad.
El recorrido de Hamilton y la constelación del éxito
Lewis Hamilton irrumpió en la Fórmula 1 en 2007 con McLaren y ganó su primer título en 2008. Tras años de rivalidades y dominio, alcanzó la gloria con Mercedes, sumando siete campeonatos mundiales, igualando el récord de Michael Schumacher. Sin embargo, cada victoria y cada pole se fue construyendo también en un fondo emocional de soledad: el piloto está solo en el auto, solo en sus decisiones, solo ante el desafío de ser veloz, perfecto y, a la vez, humano.
En ese trayecto triunfal, Roscoe se incorporó como un compañero inesperado. Adoptado alrededor de 2013, su presencia empezó a ser habitual en los paddocks cuando Hamilton pudo llevarlo. Con el tiempo, Roscoe obtuvo acreditación para viajar con él, tuvo su propia cuenta (más de 1,4 millones de seguidores) y apareció en eventos, sesiones de fotos y hasta en “F1: The Movie” — convirtiéndose en una suerte de mascota oficial del espectáculo.
Para muchos, es fácil ver a Hamilton como un superhéroe del volante; pero detrás de toda la fama y la gloria personal, ese mismo éxito implica albergar rincones de aislamiento. En el instante en que pisa el pedal, no hay compañero al lado. Cada decisión de freno, cada giro en la curva, cada estrategia de carrera, recae en su mente y su instinto. En ese contexto, Roscoe representaba algo distinto: una presencia silenciosa que no juzga, que no distingue de éxitos o fracasos, y que sólo acompaña.
Roscoe: puerto emocional y compañero espiritual
Una mascota es un espejo de lealtad. Pero para alguien como Hamilton, expuesto a presiones inmensas y focos permanentes, esa presencia cobra otra dimensión. Roscoe no hablaba, no reclamaba más que cariño y rutina, pero su mirada o su simple compañía podían atenuar el peso emocional del día a día.
Desde el punto de vista psicológico, el vínculo humano-animal ayuda a reducir ansiedad, estrés y sensación de soledad. Una mascota suele ofrecer compañía incondicional, un espacio emocional seguro para exteriorizar sin juicio. En alguien cuya vida gira en torno al rendimiento, Roscoe pudo haber sido ese ancla que lo devolvía a lo esencial: el cuidado, el amor, lo cotidiano.

Espiritualmente, hay quienes dicen que los animales tienen una sabiduría muda: detectan estados de ánimo, acompañan silencios, comparten la rutina del vivir sin imposiciones. En el duelo, esa ausencia resuena con más fuerza cuando quien parte era un compañero constante: los rituales cambian, los silencios se amplían, la voz interior se siente más sola.
La muerte de Roscoe no es un episodio menor: “He perdido a mi mejor amigo”, escribió Hamilton, reconociendo que el dolor no es solo suyo, sino aquel que cualquier persona que ama a un animal puede entender. No es casual que pidió apoyo, que suspendió un test profesional para estar a su lado; esas elecciones humanas revelan que detrás del piloto hay un hombre que ama, que sufre, que decide.
Y no es la primera vez: la muerte de Coco en 2020 marcó otro momento de dolor público para Hamilton. Esa experiencia previa —más la vida compartida con Roscoe— sugiere que él no veía a sus perros como accesorios, sino como parte de su vida interior.
La reacción del mundo del automovilismo fue inmediata: tributos oficiales, mensajes de colegas y clubes, reconocimiento de que Roscoe no era solo un perro entre pilotos sino un símbolo legítimo del paddock. “Descansa en paz, Roscoe”, publicó la cuenta oficial de la Fórmula 1, recordándolo como “una verdadera estrella por derecho propio”.
El éxito de Hamilton es innegable: récords, títulos, popularidad. Pero esos méritos no eximen la dimensión humana detrás del casco. Roscoe fue un faro emocional en la carrera de un hombre que pasa semanas y meses aislado, disputando segundos, lidiando con la presión, viajando solo. La muerte del perro abre una ventana íntima: incluso el elegido necesita compañía y vulnerabilidad.
En el silencio del garaje, en el umbral de su hogar, de Ferrari y motores quedan de fondo cuando se habla de pérdidas. El duelo de Hamilton no es solo la partida de un perro famoso, sino la despedida de un compañero que lo acompañó de manera incondicional en todo momento. En esa ausencia, deja un espacio que solo el recuerdo, el afecto y el legado pueden llenar. Y en ese vacío, todos los que amamos sabemos lo que queda: amar, recordar y seguir adelante.
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