La espera terminó. Franco Colapinto volvió a subirse a un Fórmula 1 y dio oficialmente sus primeros pasos como piloto titular de Alpine. La cita fue en Imola, escenario del GP de Emilia Romagna, donde tuvo la oportunidad de saltar al A524 tras la salida de Jack Doohan. No fue un debut de película, pero sí un capítulo clave para el argentino en este nuevo camino. Hubo errores, aprendizajes, buenas señales y la búsqueda de una certeza innegociable: dejar en claro que este es el lugar que merece.
El salto no es menor. Colapinto pasó de Williams a sentarse directamente en un Alpine, sin pretemporada, sin test reales con el auto 2025 y con muy poco rodaje competitivo desde que terminó la temporada. La adaptación nunca es fácil: no lo fue para Carlos Sainz en Williams, ni para Lewis Hamilton en Ferrari. Se subió con un déficit lógico. Lo sabía él, lo sabía el equipo y lo sabíamos todos.

Aun así, en las prácticas libres comenzó a dar señales de adaptación con el correr de las vueltas. En la primera sesión estuvo ocho décimas por detrás de Pierre Gasly. En la tercera, ya había achicado la diferencia a solo tres décimas. Una progresión pura que marcaba una ascendencia de rendimiento bien definida, la toma de confianza y un avance sin grandes complicaciones.
Pero el sábado golpeó. Y golpeó duro. En plena Q1, cuando venía empujando para meterse entre los 15 mejores y parecía que tenía ritmo de sobra para dejar atrás a los Haas y Sauber, el auto se le fue en Tamburello. Un despiste, una trompa rota y el final abrupto para su clasificación. Un error que dolió porque cortó el envión y porque remite a otros antecedentes (como Interlagos o Las Vegas). Franco lo reconoció: “Fue la primera vez que empujé al límite”. No lo excusó. Fue una ficha mal jugada. Y en F1, donde los errores se pagan caros, no hay tanto margen para las equivocaciones.
La penalización por ingresar a boxes antes de lo permitido, tras leer mal una señal del equipo, terminó de sellar su suerte: largó 16º. Desde ahí, en Imola, el margen es escaso. Es un trazado que históricamente castiga a quienes están atrás: es estrecho, técnico, difícil de adelantar. Para colmo, perdió un lugar en la largada ante Hülkenberg y quedó atrapado detrás de un ritmo que no era el suyo.
Sin embargo, en la valoración de su performance, no se desdibujó. Firmó una carrera sin errores y con pasajes destacados. En el segundo stint, cuando calzó neumáticos nuevos y tuvo pista limpia, marcó el mejor tiempo en pista. Después llegó el Virtual Safety Car y arruinó cualquier intento de progresar. “Me cagó la vida”, dijo sin vueltas, mostrando esa mezcla de bronca y franqueza que lo caracteriza.
Terminó 16°, la misma posición desde la que largó. Para los números, parece una carrera intrascendente. Pero no lo fue. Porque sumó vueltas, datos, comunicación con su ingeniero y ritmo. Tampoco estuvo lejos de Gasly, que finalizó 13°. Y porque no había mucho más: Alpine no estaba para grandes cosas, al menos en este fin de semana.
“No estuvimos lejos de los que están alrededor nuestro. Creo que lo más importante es que teníamos el ritmo”, analizó Franco. “Después hay que seguir aprendiendo y entendiendo más el coche”. No le esquivó al análisis técnico. Admitió el déficit de motor y explicó por qué el equipo sufre en carrera. “Siempre vamos un poquito para atrás, nos cuesta mantenernos”, explicó.
Esa sinceridad, lejos de debilitar su imagen, la refuerza. Colapinto sabe que no brilló, pero también sabe que pudo terminar con solidez. Un domingo en el que estuvo a la altura del contexto, de la presión, de la ansiedad y del auto. Que no desentonó. Y que, si bien su primer fin de semana como piloto de Alpine no fue soñado, sí fue valioso.
Los desafíos no cesan: ahora se viene Mónaco. Nada menos. Un circuito histórico, trabado, lleno de presión, donde los errores se pagan caros, pero también más favorable al Alpine por su menor dependencia del motor. Habrá más posibilidades y el sábado será clave. “Seguramente vamos a estar un poquito más cerca”, avisó.
El regreso de Franco Colapinto a la Fórmula 1 ya es un hecho y estuvo plagado de condimentos: ya giró, compitió, y se equivocó. Ya aprendió. Ahora, el camino está abierto. Vendrán nuevos desafíos. Si logra seguir por esta ruta de evolución, compromiso y autocrítica, el techo lo pone él.
Un comentario