Lo que empezó como una promesa en la clasificación terminó en un nuevo capítulo de frustración para Mercedes, que se marcha de Imola con más preguntas que respuestas. George Russell, que partía desde un esperanzador tercer puesto, cayó hasta el séptimo, mientras que Kimi Antonelli vivió un debut en casa tan simbólico como doloroso: no vio la bandera a cuadros.
Todo indicaba que el equipo alemán había dado un paso adelante este año, especialmente en el rendimiento a una vuelta. Pero el fantasma de siempre volvió a aparecer cuando más dolía: el calor influyó en la gestión de neumáticos y el ritmo de carrera se desplomó. “Tuvimos un ritmo absolutamente nulo. Claramente, una tendencia. Cuando hace calor, no llegamos a ninguna parte”, lanzó Russell, con brutal honestidad, después de una competencia en la que el Mercedes pareció romperse sin romperse.
La alarma sonó temprano. Russell ya tenía problemas con los neumáticos medios mientras rivales como Norris, con el McLaren, volaban. El británico, desconcertado, llegó a pensar que algo se había roto en su coche. La telemetría, sin embargo, no decía lo mismo. “Era como si las ruedas traseras se movieran solas. Incluso en línea recta el coche se desplazaba… las ruedas estaban por las nubes”, explicó. Un auto que se mueve como si estuviera herido, pero que en realidad simplemente sufre degradación.
El subdirector técnico Simone Resta fue claro: “No creo que haya habido una mejora en la gestión de neumáticos. Hay una mejora general del ritmo respecto al año pasado, pero no algo específico”. Y en un deporte donde lo específico lo es todo, eso suena a sentencia.
Desde el muro, Bradley Lord explicó que el eje trasero fue la gran limitación del fin de semana. Mercedes, otra vez, perdió la dirección. “Parece que el delta entre clasificación y ritmo de carrera fue más grande que nunca. Esa no era la idea”, se lamentó.
Pero el problema va más allá de lo técnico. Es estructural y es recurrente. Mercedes ha vuelto a perder el rumbo en el desarrollo, justo ante un viejo enemigo que parecía haber comenzado a controlar. “Tenemos que entender dónde hicimos mejoras y dónde tomamos el camino equivocado”, dijo Lord.
Russell, resignado pero realista, aceptó que, salvo Mclaren, es un altibajo normal por el que han pasado todos los equipos. “Probablemente fue la primera vez que todos nuestros rivales tuvieron una carrera medianamente decente… y fue suficiente para superarnos. Este fue nuestro primer desastre del año”, reconoció.
No fue el debut soñado de la joya de Mercedes en su tierra natal
Del otro lado del box, la historia fue más cruel. Kimi Antonelli, el joven prodigio italiano, tuvo su primer Gran Premio en casa. Su clasificación lo dejó fuera en Q2, pero la carrera parecía darle una segunda oportunidad: partió con duros, paró bajo el VSC y se colocó sexto. Parecía encaminarse hacia un buen resultado, pero el auto no quiso más. Un problema en el acelerador fue el principio del fin. Lo superó Hamilton. Y terminó abandonando. Primer retiro. Primer golpe. Justo en casa.

La decepción fue doble, porque su trabajo venía siendo excelente con un auto que parecía no estar para más ese fin de semana, hubiera sido una buena cosecha de puntos. Sin embargo, la consistencia, y fiabilidad ese atributo que alguna vez fue marca registrada de Mercedes, falló este fin de semana.
La sensación es clara: el enemigo ha vuelto, y esta vez no hace ruido. Se infiltra entre las curvas, se esconde en el calor del asfalto, y se lleva todo con él. Las chances de podio, la confianza y las certezas. Imola no fue solo una carrera perdida. Fue una señal. Y Mercedes, si quiere volver, tendrá que dejar de perseguir fantasmas y empezar a vencerlos.