La Fórmula 1 rara vez deja espacio para lo predecible, pero lo ocurrido en Alpine supera incluso los estándares de caos de Enstone. La renuncia inmediata de Oliver Oakes como director del equipo, tras los trascendidos que confirmaban que Jack Doohan será reemplazado por Franco Colapinto desde Imola, marca un punto de quiebre definitivo. No es una crisis: es el nacimiento de un nuevo régimen, comandado por el mismo hombre que ya supo sacar campeón a Renault. Ya no hay intermediarios: Flavio Briatore está de vuelta.
Lo de Oakes no fue una dimisión planificada ni protocolar. Fue una renuncia en caliente, detonada por una decisión que sintió como una traición directa a sus formas. La gota rebalsó el vaso en Miami, cuando Briatore le comunicó a Doohan —sin consultar a Oakes— que ya no correría más. El director quedó, una vez más, como portavoz de una gestión que no comandaba. Defendiendo y justificando, de forma interna y externa, decisiones que no comulga, procedimientos que no ve adecuados.

Las diferencias entre Oakes y Briatore no fueron personales, fueron filosóficas. Oakes creía en los procesos, en la planificación técnica, en el crecimiento progresivo. Había llegado para institucionalizar el caos. Briatore, en cambio, representa otra lógica: la de la autoridad que decide, actúa y gana. Para él, los resultados no se planifican, se exigen para el próximo Gran Premio. Donde Oakes trazaba estructuras, Briatore impone decisiones. Y en ese choque frontal, solo podía sobrevivir uno.
Luca de Meo lo sabía. Y por eso lo trajo. Briatore no llegó para opinar: llegó para transformar. En apenas meses desactivó a Esteban Ocon, torpedeó a Doohan, desechó el motor propio, cuestionó cada rincón técnico del equipo y, sobre todo, colocó en el centro de su proyecto a Franco Colapinto, una figura en la que vio más que velocidad. Vio impacto. Vio hambre. Y también, vio negocio. Detectó ese fuego competitivo que supo identificar en Alonso y Schumacher en su momento.
El modelo de Briatore es brutal, sí, pero siempre fue efectivo. Donde Oakes necesitaba una evaluación, el italiano busca una solución. Donde el británico propone informes, Flavio imparte órdenes. Para un equipo como Alpine, estancado en su propia inercia, fue una sacudida inevitable. La salida de Oakes implica el último paso hacia la vorágine. Con Briatore al mando, Alpine ya es un equipo con un rumbo irrenunciable decidido a ir a toda velocidad hacia la cúspide.
Franco Colapinto gana protagonismo y respaldo con Flavio Briatore al mando
En un tablero renovado, Franco Colapinto surge como la punta de lanza. El argentino no llega por lobby, llega por talento. Ese mismo que deberá ratificar en cada carrera, en cada oportunidad. Porque la Fórmula 1 así lo exige y la ferocidad de Briatore, mucho más. Colapinto deja de ser una promesa: ahora debe entregar puntos y espectáculo, acompañar y crecer a la par de un equipo que aspira a pelear por podios en tan solo un año.
Es la hora de la verdad y Colapinto entiende el momento. Sabe que este no es solo un debut en Alpine: es una declaración de intenciones. Es su oportunidad para consolidarse definitivamente en la Fórmula 1. Y lo hace con un padrino que no duda en protegerlo: Briatore apuesta fuerte porque cree fuerte. Así funcionó siempre. Así le fue bien.

Jack Doohan, en cambio, fue hundiéndose de manera progresiva. Si el destino lo puso en un panorama de arenas movedizas, sus actuaciones no hicieron más que profundizar su crisis. Su vínculo con Oakes era su única ancla en un mar de pobres rendimientos. Las dudas ya existentes se potenciaron desde su costoso accidente en Suzuka y la imposibilidad de revalidarse en cada sesión. Doohan falló una y otra vez, sellando una salida anunciada que, teniendo en cuenta casos como el de Liam Lawson en Red Bull, hasta parece justificada.

El gran perdedor de esta movida es Paul Aron, quien también queda al margen. Había sido promovido como apuesta de futuro por el fuerte respaldo de Oakes, quien había trabajado con él en Hitech. Ahora, su lugar en el proyecto queda en suspenso. Esa proyección estaba impulsada por quien ahora se encuentra al margen y habrá que ver si cuenta con la fuerza suficiente para volver a poner su nombre en el centro de la escena.
Es cierto que Oakes había iniciado una reestructuración interna para 2025, con nuevos técnicos y procedimientos. Pero en Fórmula 1, el tiempo es lujo. Y Alpine no puede permitirse otro proceso extenso en busca de un resultado a largo plazo justo antes de un cambio reglamentario; lleva años en esa sintonía. Briatore lo entendió mejor que nadie y comulga con sus formas. Su regreso es ruidoso, implacable, polémico. Pero también es claro: con él, Alpine ya no será una eterna promesa. Será una amenaza.
Flavio Briatore ha concretado su regreso al primer plano. Ya no como el hombre que incendia estructuras y aconseja movimientos, sino como el que las reconstruye con fuego. Para el inicio de Colapinto, este es un respaldo muy fuerte. Para Alpine, es el liderazgo que hacía falta. Lo que empieza en Imola no es solo un cambio de piloto. Es el inicio de una revolución: la era de Flavio ha comenzado.
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